Riquezas de la liturgia - Secuencia de Pentecostés


Un poco de historia

La secuencia de Pentecostés Veni Sancte Spiritus se atribuye al inglés Stephen Langton, arzobispo de Cantorbery (1150–1228), conocido teólogo, Arzobispo de Canterbury desde 1207 hasta su muerte el 9 de julio de 1228 y autor de la división en capítulos de la Biblia. También fueron considerados autores el rey de Francia Roberto II el Piadoso (970-1031) y el papa Inocencio III (1161-1216).

Carácter y contenido

Recuerda la primera venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles en el primer Pentecostés cristiano, que san Lucas narra en el capítulo segundo de los Hechos de los apóstoles.

Es una plegaria mística, profunda de pensamiento, rica de imágenes, en la que se pide el descenso del Espíritu vivificador para llenar el vacío del corazón humano, manchado, seco y enfermo, con la abundancia del sagrado don septenario. Es una suma completa de la oración cristiana.

Esta secuencia es mucho menos conocida que el himno Veni creator Spiritus, un texto que pide la presencia del Espíritu Santo y que se suele utilizar en el mundo académico. Veni Sancte Spiritus es una de las cuatro secuencias que se mantuvieron tras la reforma litúrgica realizada por el Concilio de Trento.



San Juan Pablo II medita la primera palabra de la secuencia.

«Veni, Sancte Spiritus! También la magnífica secuencia, que contiene una rica teología del Espíritu Santo, merecería ser meditada, estrofa tras estrofa. Aquí nos detendremos solo en la primera palabra: Veni, ¡ven! Nos recuerda la espera de los apóstoles, después de la ascensión de Cristo al cielo.

En los Hechos de los apóstoles, san Lucas nos los presenta reunidos en el cenáculo, en oración, con la Madre de Jesús (cf. Hch 1,14). ¿Qué palabra podía expresar mejor su oración que ésta: “Veni, Sancte Spiritus”? Es decir, la invocación de aquel que al comienzo del mundo aleteaba por encima de las aguas (cf. Gén 1,2), y que Jesús les había prometido como Paráclito.

El corazón de María y de los apóstoles espera su venida en esos momentos, mientras se alternan la fe ardiente y el reconocimiento de la insuficiencia humana. La piedad de la Iglesia ha interpretado y trasmitido este sentimiento en el canto del “Veni, Sancte Spiritus”. Los apóstoles saben que la obra que les confía Cristo es ardua, pero decisiva para la historia de la salvación de la humanidad. ¿Serán capaces de realizarla? El Señor tranquiliza su corazón. En cada paso de la misión que los llevará a anunciar y testimoniar el evangelio hasta los lugares más alejados de la tierra, podrán contar con el Espíritu prometido por Cristo. Los apóstoles, recordando la promesa de Cristo, durante los días que van de la Ascensión a Pentecostés concentrarán todos sus pensamientos y sentimientos en ese veni, ¡ven!
Veni, Sancte Spiritus! Al empezar así su invocación al Espíritu Santo, la Iglesia hace suyo el contenido de la oración de los apóstoles reunidos con María en el cenáculo; más aún, la prolonga en la historia y la actualiza siempre.

Veni, Sancte Spiritus! Así continúa repitiendo en cada rincón de la tierra con el mismo ardor, firmemente consciente de que debe permanecer idealmente en el cenáculo, en perenne espera del Espíritu. Al mismo tiempo, sabe que debe salir del cenáculo a los caminos del mundo, con la tarea siempre nueva de dar testimonio del misterio del Espíritu.

Veni, Sancte Spiritus! Oremos así con María, santuario del Espíritu Santo, morada preciosísima de Cristo entre nosotros, para que nos ayude a ser templos vivos del Espíritu y testigos incansables del evangelio.

Veni, Sancte Spiritus! Veni, Sancte Spiritus! Veni, Sancte Spiritus! ¡Alabado sea Jesucristo!»


San Juan Pablo II,
Homilía del domingo de Pentecostés, 31 de mayo de 1998.

Veni, Sancte Spiritus

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hambre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén.

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